No. No es lo que piensan. Si esperan leer un artículo sobre el tamaño del pene, los mitos y el complejo de inferioridad que atañe a quienes lo tienen “micro”, se han equivocado.

No es que el tema no me parezca interesante ¡válgame Dios!. El pene tiene todos mis respetos. Y algún privilegio, claro…Pero de lo que quiero tratar es de las medidas de los hombres, así, en general.

Desde hace unos cuantos años, hemos asistido al incremento de una enfermedad que me parece grave en cuanto que hace referencia a los cánones de belleza que establecen -mejor dicho, que dictan- la sociedad y la moda: la vigorexia.

Como muchos de ustedes sabrán, la vigorexia se caracteriza por un desmesurado interés por la figura, por la musculatura y por el peso. A eso hay que añadir la preocupación por la dieta para estar en plena forma. Y no digo en plena forma de manera saludable, sino en plena forma con las medidas perfectas.

¿Y cómo se las apaña un hombre para saber cuáles son sus medidas perfectas? Pues como las mujeres, mira que te mira al espejo… Sin embargo, esta enfermedad tiene un componente de dismorfia corporal, lo que supone que la persona que se mira al espejo percibe una imagen distorsionada de sí misma.

Cuando un hombre no se fía ya ni de lo que ve, tiene que recurrir al clásico metro de costurera. Y, entonces, metro en mano, toca medirse los bíceps, los cuádriceps, la cintura, repasar con los dedos los abdominales para comprobar que están duros… En fin, una tiranía sin medida que -desafortunadamente- sufren muchos varones. Jóvenes y no tanto.

No digo que me gusten las barrigas cerveceras. No es eso. Pero tampoco me parece justo que la obsesión por tener un cuerpazo de puta madre lleve a algunos a poner en peligro su propia vida.

Y es que parece que siempre se le da más importancia a lo que les pasa a las mujeres: que si la anorexia, que si la bulimia, que si la dismenorrea, que si la menopausia…¡Y ya está bien!

Creo -sinceramente- que esta enfermedad es síntoma de la falta de preocupación que tenemos por el sexo masculino. Y, claro, ellos también tienen derecho. Faltaría más.

Sin embargo, me parece que la solución no pasa solamente por una buena psicoterapia. Es necesario darles a los hombres la atención que se merecen. Porque nos complementan. Porque son más sencillos y más directos que nosotras. Porque -en general- ven la vida de una manera más divertida. Y, por supuesto, -me han adivinado el pensamiento- porque tienen pene.

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