Hay gente que odia los musicales. A otros les resultan absolutamente indiferentes. Tengo que decir que yo siento una especial debilidad por ellos, más que nada porque me recuerdan a cuando era pequeña.
Desde “Cantando bajo la lluvia” hasta “Bailar en la oscuridad”, pasando por “Chicago” no hay uno que se me resista.
Muchos de ustedes sabrán que el musical nació a raíz del Crack del 29, después de los “Felices Años 20” y como consecuencia de unas medidas decretadas por el Gobierno de los EEUU para intentar sacar – a cuantos más, mejor- de la tristeza y la desesperación en la que estaban sumidos los ciudadanos tras la caída de la bolsa de valores.
Y es que el género musical fue concebido precisamente para eso: intentar aliviar el sufrimiento cotidiano con canciones, con melodías que hicieran olvidar la crudeza de una realidad que superaba cualquier tipo de previsión.
Hoy estaba un pelín apagada. No tenía especial interés por ver este musical –con lo que me gustan- porque , entre otras cosas, me parece que se le ha dado demasiada repercusión. No es que piense que “Abba” no lo merece. Tampoco eran los actores. Pierce Brosnan me parece un tipo tremendamente atractivo y Meryl, mi querida Meryl Streep, es una de mis actrices preferidas.
Fue algo tan simple como el cartel. Sé que es una chorrada, pero el cartel me afectó negativamente, de alguna manera.
Inexplicablemente, y después de haber visto la película, sigo triste.

“Mamma mia!” tiene un hilo conductor bien construido –narrativamente hablando- en torno al cual se estructuran las canciones del grupo sueco. Las coreografías son mejorables. La interpretación es correcta. La historia es simple. La escenografía es bastante bonita. El montaje es –casi- estupendo.
Sigo triste. Y es que… me he acordado de cuando era pequeña. ¿Saben? “…I believe in angels…’cause I have a dream…” .

Keisus

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